Empezaba un nuevo día en Japón y con él, un nuevo cambio de base. Hoy nos aguardaba el siguiente festival a tachar de la lista, siendo el tercero al que asistimos en la región de Tohoku.
Como no podía ser de otra manera, el despertador sonó nuevamente muy temprano y a eso de las 7 de la mañana ya estábamos en pie (parece mentira que estuviésemos de vacaciones, eh?). Esta vez decidimos no desayunar en el hotel (a pesar de que el desayuno estaba incluido) ya que había una cola enorme y si nos quedábamos corríamos el riesgo de perder el Shinkansen que teníamos reservado. Con el Japan Rail Pass no hubiese habido problema para tomar cualquier otro tren, pero es bastante probable que no contase con asientos libres y nos esperaba un trayecto de casi una hora.
El primer destino del día, antes de dirigirnos a nuestra nueva base en Akita, era Kakunodate. Kakunodate es conocido principalmente por su distrito samurái, en el que vivieron hasta 80 familias. En él se conservan varias casas, de las que al menos 6 pueden visitarse.
Antes de tomar el tren, eso sí, hicimos una parada previa en un Family Mart para comprar el desayuno: nuestro ya tradicional melón pan y café boss.
Tras 50 minutos de trayecto a bordo esta vez del Shinkansen Komachi, llegamos a la estación de Kakunodate. Nada más salir, el calor y la humedad típicas en ésta época del año, volvieron a golpearnos una vez más, como ya viene siendo habitual. La primera impresión de Kakunodate fue muy buena, con un aire que nos recordaba de alguna manera a nuestra querida Takayama, visitada en 2014, aunque mucho más pequeño y rural.
Tras consultar la guía y comprobar que desde la estación teníamos una pequeña tirada caminando hasta las casas de los antiguos samurái, unos 20-30 minutos desde la estación, decidimos ir a la oficina de turismo para preguntar dónde podríamos alquilar unas bicicletas. Una señora muy amable (¿en serio?) nos explicó en detalle todo el recorrido que podríamos realizar a dos ruedas y nos señaló en el mapa el lugar donde podríamos realizar el alquiler, que resultó ser una parada de taxi que se encontraba prácticamente al lado de la oficina.
Una vez allí, sin ser necesario ningún tipo de documento de identificación ni señal, alquilamos nuestras dos bicis y pusimos rumbo al famoso distrito.
Fue un paseo muy agradable hasta llegar al barrio samurái, pese al sol que nos quería abrasar vivos. Antes de comenzar la visita a las casas, hicimos una pequeña parada para tomarnos un refrescante helado en un puesto que se encontraba a escasos metros de la entrada a lo que sería el distrito en sí. En cuanto al itinerario samurái, decidimos empezar visitando las distintas residencias, cuyos nombres serían: Aoyagi House, Ishiguro House, Odano Samurai House, Kawarada Samurai House, Iwahashi Samurai House y Matsumoto Samurai House.
En una de las casas, concretamente Ishiguro House, los descendientes de la familia original todavía residen allí, por lo que aunque es de las de mayor tamaño, el recinto abierto a los visitantes es más pequeño que en otras para preservar de alguna manera la intimidad que les corresponde. Nada más cruzar la entrada una amable y risueña (e hiperactiva) señora se acercó a nosotros para comenzar la visita guiada (incluida en el precio de la entrada) en un inglés muy “japanese-style” que íbamos entendiendo como podíamos, gracias quizás a que nos lo iba señalando en un dossier donde también estaba escrito. Es una visita muy breve pero muy entretenida e interesante, además, una vez terminada la explicación puedes tomarte el tiempo que necesites para visitar la casa tranquilamente y analizar cada rincón sin ningún tipo de prisa. Y son este tipo de visitas las que uno tiene que tomarse con calma, en silencio, intentando imaginar el tipo de vidas que llevaban entonces, intentando transportarte de alguna manera a aquella época, disfrutando de los sonidos de las cigarras, el olor de la madera o el tatami.
Una vez recorrido todo el distrito samurái, nos quedaba la segunda parte de la visita, el distrito de comerciantes. Para llegar hasta allí decidimos ir por la zona del río, famoso paseo lleno de cerezos, aunque al no ser primavera y no poder contemplarlos en todo su esplendor, sí que pudimos imaginárnoslos en flor, lo que debe ser un espectáculo visual impresionante.
A pesar de llevar el mapa, la parte del distrito comercial nos costó un poco más de trabajo encontrarla, de hecho no conseguimos visitar uno de los edificios marcados, ya que tras dar varias vueltas (incluso buscándolo por google maps) no hubo manera de localizarlo.
Sí que pudimos, en cambio, disfrutar de la visita al edificio más importante del distrito, Anzo Jozo Miso. Es un edificio impresionante, de ladrillo muy bien conservado, con más de 150 años. En él se puede comprar miso, salsa de soja o pickles (encurtidos). Fue una de las mejores visitas de Kakunodate, con una variedad de productos extensísima y muy apetecible. En una sala al final del local, pudimos incluso degustar varias sopas y pickles (deliciosos) totalmente gratis. Si os acercáis a Kakunodate, es una visita totalmente recomendable, casi obligada que no deberíais perderos.
Dejamos atrás el período Edo y tomamos rumbo de nuevo a la estación devolviendo previamente nuestras bicis en la parada de taxis. En total, 750 yenes (unos 6€) por 2 horas y media. Un precio que nos pareció muy bueno y nos hizo pensar que si teníamos la oportunidad nuevamente volveríamos a alquilar bicicletas para nuestros japo-paseos.
Antes de tomar de nuevo el Shinkansen, que nos llevaría al destino más importante del día, Akita, entramos en un konbini que se encontraba en la propia estación para comprarnos lo que sería nuestra comida improvisada del día y disfrutarla durante el trayecto en tren. En esta ocasión nos decantamos por unos onigiri de salmón (cómo echamos de menos los onigiri cuando estamos de vuelta en España) y unas patatas calbee como snack de aperitivo para acompañar.
A las 13:30 partió nuestro Shinkansen de su andén correspondiente, dejándonos en nuestro destino unos 45 minutos después. Nuestro hotel se encontraba en el propio edificio de la estación, así que no hubo problema en encontrarlo y fue algo que agradecimos bastante. En este caso, al igual que en Morioka, el alojamiento era de estilo occidental, concretamente de la famosa cadena Toyoko Inn. Como aún no se podía realizar el check-in, dejamos las maletas en el guarda-equipaje y nos fuimos a dar una vuelta por Akita. Recorrimos un centro comercial y varias calles, en las que pudimos ver un grupo de bailarines mientras realizaban una actuación de baile moderno con música tradicional muy curioso. Después, ya con los pies algo cansados, decidimos tomarnos nuestro típico Frappuccino en el Starbucks y así disfrutar de nuestro momento hipster del día. Aida es adicta confesa al Frapuccino de vainilla y yo me hice adicto también desde ese momento a uno llamado Coffe Jelly, que sí, lleva gelatina de café…y antes de que me tiréis piedras o arruguéis la nariz en plan “puag”, he de decir que está IMPRESIONANTE y no he querido probar ninguna otra variedad desde entonces.
Decidimos hacer ahora el check-in tardío y aprovechar para descansar un poco, pegarnos una ducha y disfrutar un poco de la estancia en el hotel, ya que aún quedaban un par de horas hasta que diese inicio el festival.
Eran las 7 de la tarde cuando abandonábamos el hotel para dirigirnos a las calles donde transcurría el festival. Después de haber asistido a todos los festivales, podemos decir que este junto con el Nebuta Matsuri de Aomori es el que más nos ha gustado e impresionado, aunque si tuviésemos que elegir uno… nos sería imposible, todos tienen su particular encanto.
El Kanto Matsuri es un festival en el que los participantes hacen ejercicios de equilibrio con Kantos (postes de bambú) de los que cuelgan grandes farolillos de papel iluminados con velas. Estos llegan a medir hasta 12 metros de altura y a pesar 50 kilos, por lo que imaginaos la hazaña. El desfile transcurre por la calle principal de la ciudad al caer la noche, al son de las flautas y taikos acompañados de los gritos “dokkoisho, dokkoisho”, una exclamación que pese a no tener un significado concreto, por lo que he podido leer, sería algo así como un “Vamos!, sigue intentándolo!”. Según transcurre el desfile, los participantes se van animando y van realizando equilibrios con diferentes partes del cuerpo: frente, cadera, hombro, manos… a la vez que van añadiendo extensiones de bambú para hacer los Kantos cada vez más largos.
Durante el festival, a lo largo de las calles colindantes, como en todos los festivales, encontramos multitud de puestos de comida con una amplia variedad gastronómica donde elegir. En este caso nos animamos a probar un calamar a la plancha al que ya habíamos echado el ojo en festivales anteriores, unos takoyaki y un yakisoba que estaba realmente impresionante.
Una vez finalizado el festival, los asistentes pueden acercarse a los diferentes grupos participantes para hacerse fotos, hablar con los ellos o incluso probar sus habilidades con los Kanto (con los infantiles, no vaya a ocurrir una desgracia).
Hecha la foto de rigor, tocaba volver al hotel. Y como parece que la ciudad no quería que retirásemos aún, surgió la pequeña sorpresa inesperada del día y es que mientras caminábamos de vuelta, escuchamos voces y palmas procedentes de una de las calles cercanas. Como nos picaba la curiosidad, decidimos acercarnos y nos encontramos a uno de los grupos participantes realizando equilibrios post-festival, esta vez arriesgándose muchísimo más y creednos, merece la pena buscarles (normalmente cada grupo está cerca de la sede patrocinadora correspondiente). Es una forma de ver desde otro punto de vista el festival, disfrutándolo más de cerca y con mucha menos gente.
Ahora sí, la cama nos llamaba a gritos. Mañana nos íbamos a Yamagata para disfrutar de un nuevo festival, el Hanagasa Matsuri. Aunque lo que más nos atraía del próximo día sería la visita a uno de los templos más bonitos que hemos tenido la oportunidad de visitar, en plena naturaleza, como a nosotros nos gusta, pero eso os lo contaremos en otra ocasión.
Gracias por leernos siempre! Esperamos que de alguna manera estéis sintiendo un poco lo que significa para nosotros estar aquí y que podáis experimentar un trocito de lo que supone un viaje a este maravilloso país.
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